Festa
El bisbe Fructuós de Tarragona i els seus diaques Auguri i Eulogi moriren cremats a l’amfiteatre de la seva ciutat, ben conscients que ‘tenien a la seva memòria l’Església Catòlica, estesa de l’orient a l’occident’, paraules que han entrat dins la Pregària Eucarística de la missa. Totes les diòcesis del Principat de Catalunya en celebrem la festa.
Oració col·lecta
Senyor, Vós que concedíreu al bisbe Sant Fructuós de donar la vida per l’Església, estesa des d’orient fins a occident, i volguéreu que els seus diaques Sant Auguri i Sant Eulogi l’acompanyessin, plens d’alegria, en el martiri; feu que la vostra Església visqui sempre alegre en l’esperança i es doni sense defallir per al bé de tots els pobles.
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Estamos en marzo de 1897, en París, espiando desde las primeras páginas de esta magnífica novela a un hombre de sesenta y siete años que escribe sentado a una mesa, en una habitación abarrotada de muebles: he aquí al capitán Simonini, un piamontés afincado en la capital francesa, que desde muy joven se dedica al noble arte de crear documentos falsos...Hombre de pocas palabras, misógino y glotón impenitente, el capitán se inspira en los folletines de Dumas y Sue para dar fe de complots inexistentes, fomentar intrigas o difamar a las grandes figuras de la política europea. Caballero sin escrúpulos, Simonini trabaja al servicio del mejor postor: si antes fue el gobierno italiano quien pagó por sus imposturas, luego llegaron los encargos de Francia y Prusia, e incluso Hitler acabaría aprovechándose de sus malvados oficios...Treinta años después de publicar El nombre de la rosa, Umberto Eco vuelve para mostrarnos que en la literatura y en la vida, nada es lo que parece y nadie es quien realmente dice ser: todo es según convenga, y quien triunfa, ahora y siempre, es el rufián que desconfía de todos y se mantiene alerta, aunque no se mueva casi de esa mesa donde lo vimos al principio, cuando quizá no sabíamos que Simonini y los hombres como él aun están aquí, entre nosotros, y han venido para quedarse......
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Estamos en marzo de 1897, en París, espiando desde las primeras páginas de esta magnífica novela a un hombre de sesenta y siete años que escribe sentado a una mesa, en una habitación abarrotada de muebles: he aquí al capitán Simonini, un piamontés afincado en la capital francesa, que desde muy joven se dedica al noble arte de crear documentos falsos...Hombre de pocas palabras, misógino y glotón impenitente, el capitán se inspira en los folletines de Dumas y Sue para dar fe de complots inexistentes, fomentar intrigas o difamar a las grandes figuras de la política europea. Caballero sin escrúpulos, Simonini trabaja al servicio del mejor postor: si antes fue el gobierno italiano quien pagó por sus imposturas, luego llegaron los encargos de Francia y Prusia, e incluso Hitler acabaría aprovechándose de sus malvados oficios...Treinta años después de publicar El nombre de la rosa, Umberto Eco vuelve para mostrarnos que en la literatura y en la vida, nada es lo que parece y nadie es quien realmente dice ser: todo es según convenga, y quien triunfa, ahora y siempre, es el rufián que desconfía de todos y se mantiene alerta, aunque no se mueva casi de esa mesa donde lo vimos al principio, cuando quizá no sabíamos que Simonini y los hombres como él aun están aquí, entre nosotros, y han venido para quedarse......