Memoria obligatoria
Según la ‘Vida’ escrita por San Atanasio, de joven, muertos sus padres, se tomó tan en serio aquellas palabras de Jesús: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego ven y sígueme’ (Mt 19,21b) que se retiró, solo, al desierto de Egipto durante más de veinte años (siglo III). Pero no se desentendió de los problemas del mundo: mantuvo contactos con la Iglesia de Alejandría, su ciudad natal, y animó a cuantos le pedían consejo; muchos le llamaban ‘Padre’ (‘Abad’), y llenaron el desierto de monasterios.
Oración colecta
Señor y Dios nuestro, que llamaste al desierto a San Antonio, abad, para que te sirviera con una vida santa; concédenos por su intercesión que sepamos negarnos a nosotros mismos para amarte a Ti siempre sobre todas las cosas.
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Comparado con Richard Ford y Alice Munro, la aparición de David James Poissant produjo una conmoción literaria en los Estados Unidos. Sus cuentos se inscriben en esa gran tradición que incluye a Antón Chéjov y Raymond Carver, una tradición que siempre suele darse por concluida, hasta que aparece un nuevo escritor y la revitaliza. Es lo que sucedió con este libro.
El cielo de los animales es un deslumbrante volumen de relatos sobre personas agobiadas por la pérdida, la culpa o lo implacable del amor. Padres que han roto la relación con sus hijos y descubren demasiado tarde el daño que han hecho, matrimonios envueltos en el desasosiego, hermanos que dejaron en el olvido la complicidad y ahora deben purgar ese rencor, amistades que un día son puestas a prueba y dejan paso a la traición. Vidas que no están a la altura de las emociones que generan, donde la presencia de un animal recuerda la existencia de lo inesperado, lo lúdico, lo brutal. Con una escritura límpida, que sabe ser quirúrgica y no escapa al humor, Poissant narra historias al límite, sacudidas por la impiedad y la tristeza. No deja de ser extraño que al terminar de leerlo el sentimiento sea de felicidad. Es el efecto que depara un hallazgo literario.
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Comparado con Richard Ford y Alice Munro, la aparición de David James Poissant produjo una conmoción literaria en los Estados Unidos. Sus cuentos se inscriben en esa gran tradición que incluye a Antón Chéjov y Raymond Carver, una tradición que siempre suele darse por concluida, hasta que aparece un nuevo escritor y la revitaliza. Es lo que sucedió con este libro.
El cielo de los animales es un deslumbrante volumen de relatos sobre personas agobiadas por la pérdida, la culpa o lo implacable del amor. Padres que han roto la relación con sus hijos y descubren demasiado tarde el daño que han hecho, matrimonios envueltos en el desasosiego, hermanos que dejaron en el olvido la complicidad y ahora deben purgar ese rencor, amistades que un día son puestas a prueba y dejan paso a la traición. Vidas que no están a la altura de las emociones que generan, donde la presencia de un animal recuerda la existencia de lo inesperado, lo lúdico, lo brutal. Con una escritura límpida, que sabe ser quirúrgica y no escapa al humor, Poissant narra historias al límite, sacudidas por la impiedad y la tristeza. No deja de ser extraño que al terminar de leerlo el sentimiento sea de felicidad. Es el efecto que depara un hallazgo literario.