Organizando una vida más digna para los leprosos de la isal de Molokai, este hijo de los Sagrados Corazones murió leproso en 1889.
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La carta apostólica Tertio millennio adveniente, que la BAC se complace en ofrecer hoy a sus lectores, es un documento luminoso y lleno de esperanza en el que Juan Pablo II expone los hitos fundamentales del itinerario que la Iglesia tiene que seguir para preparar el gran jubileo del año 2000 y el espíritu con que ha de celebrarse. En estas páginas vuelca el Papa su profunda visión de la historia de la humanidad, atravesada por el río caudaloso de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia. «El año 2000 nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las orillas de este gran río», y ha de ser para la Iglesia ocasión de fortalecer su fe, de buscar la unidad entre los cristianos, de ahondar el diálogo con las grandes religiones, de afrontar el desafío de la crisis de valores que sufre nuestro tiempo y de «hacerse voz de todos los pobres del mundo». Por encima de todo, el Papa anima a los cristianos a encaminarse a las puertas del nuevo milenio con una actitud de auténtica conversión y penitencia, de manera que, fieles a la acción del Espíritu, manifiesten al mundo el genuino rostro de Dios y preparen el advenimiento de una nueva primavera de la Iglesia.
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La carta apostólica Tertio millennio adveniente, que la BAC se complace en ofrecer hoy a sus lectores, es un documento luminoso y lleno de esperanza en el que Juan Pablo II expone los hitos fundamentales del itinerario que la Iglesia tiene que seguir para preparar el gran jubileo del año 2000 y el espíritu con que ha de celebrarse. En estas páginas vuelca el Papa su profunda visión de la historia de la humanidad, atravesada por el río caudaloso de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia. «El año 2000 nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las orillas de este gran río», y ha de ser para la Iglesia ocasión de fortalecer su fe, de buscar la unidad entre los cristianos, de ahondar el diálogo con las grandes religiones, de afrontar el desafío de la crisis de valores que sufre nuestro tiempo y de «hacerse voz de todos los pobres del mundo». Por encima de todo, el Papa anima a los cristianos a encaminarse a las puertas del nuevo milenio con una actitud de auténtica conversión y penitencia, de manera que, fieles a la acción del Espíritu, manifiesten al mundo el genuino rostro de Dios y preparen el advenimiento de una nueva primavera de la Iglesia.