Hijo del rey de Polonia y Lituania (1458-1484), sin dejar las obligaciones de príncipe, la Virgen María y la Eucaristía lo acompañaban siempre.
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Considerada por la crítica como la obra consagratoria de Paul
Auster, esta relectura experimental de la novela negra es el
cimiento de su universo literario. Con una prosa elegante y
depurada, labrada a partir de su poesía, engarza las piezas
fundamentales de su escritura: la contingencia, la identidad y el
interés por la exploración de la memoria.
En conjunto, los tres relatos -«Ciudad de cristal»,
«Fantasmas» y «La habitación cerrada»- articulan una reflexión
especular en torno a la creación literaria, la naturaleza del
escritor y la confiabilidad de la voz narrativa, que expandirá sus
raíces hacia su producción posterior.
Con sus ilustraciones para La trilogía de Nueva York,
publicadas originalmente en 2008, el joven artista británico Tom
Burns recrea el escenario austeriano a partir del cartelismo, de
los rótulos luminosos, de la verticalidad, de lo fragmentario y de
la vibrante sensación de celeridad que desprenden sus trazos.
Como él mismo explica, su inspiración «afloró de la propia
ciudad, de la vivacidad de la vida diaria y de la imaginería icónica
inherente a Nueva York».
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Considerada por la crítica como la obra consagratoria de Paul
Auster, esta relectura experimental de la novela negra es el
cimiento de su universo literario. Con una prosa elegante y
depurada, labrada a partir de su poesía, engarza las piezas
fundamentales de su escritura: la contingencia, la identidad y el
interés por la exploración de la memoria.
En conjunto, los tres relatos -«Ciudad de cristal»,
«Fantasmas» y «La habitación cerrada»- articulan una reflexión
especular en torno a la creación literaria, la naturaleza del
escritor y la confiabilidad de la voz narrativa, que expandirá sus
raíces hacia su producción posterior.
Con sus ilustraciones para La trilogía de Nueva York,
publicadas originalmente en 2008, el joven artista británico Tom
Burns recrea el escenario austeriano a partir del cartelismo, de
los rótulos luminosos, de la verticalidad, de lo fragmentario y de
la vibrante sensación de celeridad que desprenden sus trazos.
Como él mismo explica, su inspiración «afloró de la propia
ciudad, de la vivacidad de la vida diaria y de la imaginería icónica
inherente a Nueva York».