Canónigo agustiniano de San Adrián del Besós, abad de San Rufo de Aviñón, obispo de Barcelona, arzobispo de Tarragona y consejero de los condes de Barcelona (†1137).
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La presente obra se ocupa de una triple cuestión: la existencia del ser humano se manifiesta en nuestra consciencia, que descansa sobre el mito; el mito nos lleva a pensar que nuestra consciencia nos expresa la realidad. Tenemos fe en ella: no nos queda, por ello, más remedio que invocar a la hermenéutica o interpretación de nuestra vida.
El primer volumen está articulado en tres partes, que tratan del mito, del símbolo y del culto, respectivamente. El mito es la manera como las personas expresan una verdad que no es «clara y diferente» para la razón y que, sin embargo, se acepta como obvia. Para ello, los mitos recurren a metáforas y a símbolos sirviéndose de la palabra como medio del logos. De hecho, la utilización más corriente de la palabra es el símbolo, que no es únicamente polivalente, sino que nos salva del gran peligro del objetivismo, que es con facilidad la puerta al fanatismo. El símbolo se pone de manifiesto por último en el culto, no en cuanto ceremonia sino como expresión del homo religious, como aquella ocupación que el ser humano cumple en comunión con el cosmos para contribuir a su mantenimiento.
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La presente obra se ocupa de una triple cuestión: la existencia del ser humano se manifiesta en nuestra consciencia, que descansa sobre el mito; el mito nos lleva a pensar que nuestra consciencia nos expresa la realidad. Tenemos fe en ella: no nos queda, por ello, más remedio que invocar a la hermenéutica o interpretación de nuestra vida.
El primer volumen está articulado en tres partes, que tratan del mito, del símbolo y del culto, respectivamente. El mito es la manera como las personas expresan una verdad que no es «clara y diferente» para la razón y que, sin embargo, se acepta como obvia. Para ello, los mitos recurren a metáforas y a símbolos sirviéndose de la palabra como medio del logos. De hecho, la utilización más corriente de la palabra es el símbolo, que no es únicamente polivalente, sino que nos salva del gran peligro del objetivismo, que es con facilidad la puerta al fanatismo. El símbolo se pone de manifiesto por último en el culto, no en cuanto ceremonia sino como expresión del homo religious, como aquella ocupación que el ser humano cumple en comunión con el cosmos para contribuir a su mantenimiento.