Fue un papa tolerante con los que habían renegado de la fe en las persecuciones (s. III).
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Tras sufrir un terrible accidente de coche, en la difusa línea que separa la vida de la muerte, a Malena se le aparecen todas las palabras que se quedaron sin decir: palabras de amor, de perdón, de amistad, de reconocimiento?Por su mente desfilaron todos sus amores, los felices y los fallidos: aquel que la hizo sufrir, aquellos otros que le sirvieron para olvidar y su amor actual, a quien tanto debe y de lo cual hasta ahora no se había dado cuenta; su mejor amiga, a la que olvidó decir «te quiero» antes de que se fuera; su familia y, sobrevolándolo todo, el personaje de su perrita Mia, una figura entrañable, divertida y sorprendente que conseguirá encauzar el destino de Malena para que nunca más olvide decir «Te quiero».
«Yo me quedé tanto tiempo empapada, sin paraguas, sin consueloque cuando dejó de diluviar me quedé inmóvil. Y continué enaquel mismo lugar imaginando que seguía cayendo, que me seguíacalando hasta los huesos, cuando ya lo único que quedabaera un pequeño charco en el que continuar chapoteando. Peroera tu charco, Mario, y el mío. El nuestro, pensaba yo.»
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Tras sufrir un terrible accidente de coche, en la difusa línea que separa la vida de la muerte, a Malena se le aparecen todas las palabras que se quedaron sin decir: palabras de amor, de perdón, de amistad, de reconocimiento?Por su mente desfilaron todos sus amores, los felices y los fallidos: aquel que la hizo sufrir, aquellos otros que le sirvieron para olvidar y su amor actual, a quien tanto debe y de lo cual hasta ahora no se había dado cuenta; su mejor amiga, a la que olvidó decir «te quiero» antes de que se fuera; su familia y, sobrevolándolo todo, el personaje de su perrita Mia, una figura entrañable, divertida y sorprendente que conseguirá encauzar el destino de Malena para que nunca más olvide decir «Te quiero».
«Yo me quedé tanto tiempo empapada, sin paraguas, sin consueloque cuando dejó de diluviar me quedé inmóvil. Y continué enaquel mismo lugar imaginando que seguía cayendo, que me seguíacalando hasta los huesos, cuando ya lo único que quedabaera un pequeño charco en el que continuar chapoteando. Peroera tu charco, Mario, y el mío. El nuestro, pensaba yo.»