Canónigo agustiniano de San Adrián del Besós, abad de San Rufo de Aviñón, obispo de Barcelona, arzobispo de Tarragona y consejero de los condes de Barcelona (†1137).
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«Me dirijo ahora a ti, quienquiera que seas». Esta breve frase de la Regla de san Benito es perfectamente adecuada, pues sin duda la Regla es uno de los grandes textos espirituales de todos los tiempos. Se trata de una obra a la que acuden una y otra vez, como a un manantial o una fuente siempre fresca, todos aquellos que la han descubierto. Cuanto más cotidiana se hace, más revela sus profundidades. Siempre tiene algo que decir, cualquiera sea el momento o la etapa del camino espiritual en que nos hallemos.
Al considerar las razones por las que después de catorce siglos esta Regla sigue siendo la luz que guía la vida de miles de cristianos, hombres y mujeres de toda condición, se percibe su maravillosa discreción y moderación, su extremada razonabilidad, su conocimiento de las capacidades y debilidades de la naturaleza humana. No hay excesos, sino sobrias regulaciones basadas en el sentido común. No ofrece leyes, sino principios de perfección concordes con el Evangelio.
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«Me dirijo ahora a ti, quienquiera que seas». Esta breve frase de la Regla de san Benito es perfectamente adecuada, pues sin duda la Regla es uno de los grandes textos espirituales de todos los tiempos. Se trata de una obra a la que acuden una y otra vez, como a un manantial o una fuente siempre fresca, todos aquellos que la han descubierto. Cuanto más cotidiana se hace, más revela sus profundidades. Siempre tiene algo que decir, cualquiera sea el momento o la etapa del camino espiritual en que nos hallemos.
Al considerar las razones por las que después de catorce siglos esta Regla sigue siendo la luz que guía la vida de miles de cristianos, hombres y mujeres de toda condición, se percibe su maravillosa discreción y moderación, su extremada razonabilidad, su conocimiento de las capacidades y debilidades de la naturaleza humana. No hay excesos, sino sobrias regulaciones basadas en el sentido común. No ofrece leyes, sino principios de perfección concordes con el Evangelio.