Día de la Lengua China
Promovido papa (1048) por el emperador Enrique III, luchó contra la corrupción de los cargos eclesiásticos y la vida poco ejemplar de los presbíteros.
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Hace veinte años, cuando llevaba ya unos cuantos en este mundo llamado Cuarto, y que ha llenado mi vida desde entonces, escribí este libro que contiene mis primeras impresiones en él.
Si entre los muchos que llevo escritos desde entonces y antes de él, tuviera que escoger o salvar alguno, creo que sería éste. Tiene la ingenuidad que aporta la sorpresa al adentrarme en un mundo hasta entonces desconocido por mí, tiene la riqueza del recuerdo de un momento histórico –cuando aparece el SIDA con todas sus consecuencias y antes de que los retrovirales evitaran una muerte segura–, y acumula centenares de comentarios de jóvenes y adolescentes que, durante unos años leyeron estas sencillas aventuras en sus años de bachillerato y las comentaron emocionados al saber que, en su misma ciudad, podía encontrarse tanto dolor que ellos desconocían o tanto amor con el que ellos podían enriquecerse.
Quiero también dedicar este libro a mi gran maestra de la ternura, Sor Genoveva Massip. Ella fue la que entonces me hizo la bellísima dedicatoria del prólogo y a ella me remito, segura de que, desde el cielo sigue velando por los que llamó «de los nuestros» en una de sus últimas conversaciones conmigo que no olvidaré:
«Viqui –me dijo– ¿tú sigues con los nuestros, verdad?» «Claro» –le respondí–. Y fue entonces cuando me dijo: «Yo lo seguiré haciendo desde el cielo».
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Hace veinte años, cuando llevaba ya unos cuantos en este mundo llamado Cuarto, y que ha llenado mi vida desde entonces, escribí este libro que contiene mis primeras impresiones en él.
Si entre los muchos que llevo escritos desde entonces y antes de él, tuviera que escoger o salvar alguno, creo que sería éste. Tiene la ingenuidad que aporta la sorpresa al adentrarme en un mundo hasta entonces desconocido por mí, tiene la riqueza del recuerdo de un momento histórico –cuando aparece el SIDA con todas sus consecuencias y antes de que los retrovirales evitaran una muerte segura–, y acumula centenares de comentarios de jóvenes y adolescentes que, durante unos años leyeron estas sencillas aventuras en sus años de bachillerato y las comentaron emocionados al saber que, en su misma ciudad, podía encontrarse tanto dolor que ellos desconocían o tanto amor con el que ellos podían enriquecerse.
Quiero también dedicar este libro a mi gran maestra de la ternura, Sor Genoveva Massip. Ella fue la que entonces me hizo la bellísima dedicatoria del prólogo y a ella me remito, segura de que, desde el cielo sigue velando por los que llamó «de los nuestros» en una de sus últimas conversaciones conmigo que no olvidaré:
«Viqui –me dijo– ¿tú sigues con los nuestros, verdad?» «Claro» –le respondí–. Y fue entonces cuando me dijo: «Yo lo seguiré haciendo desde el cielo».