Sería un obispo muy evangélico porque el mismo rey Boleslao II que lo promovió al episcopado de Cracovia, lo hizo asesinar (1079).
Con su pasión y curiosidad habituales, Oliver Sacks se interna en el insondable silencio de los sordos profundos, de aquellos que han nacido sin uno de los sentidos básicos para el conocimiento, para la articulación del lenguaje y, por ende, del pensamiento.
Pero este viaje al país del silencio, como todos los que emprende Sacks, será una jornada llena de descubrimientos. Y el lector conocerá así la historia de los sordos, los estragos que han causado los «oralistas», los defensores del lenguaje oral frente al de señas, y sabrá de la existencia de una comunidad que existió durante más de dos siglos en Martha?s Vineyard, Massachusetts, y en la que había una forma de sordera hereditaria y todos aprendían a hablar por señas. Y así, los que podían oír eran «bilingües», y podían pensar y hablar de viva voz y también en el lenguaje de señas, y había un intercambio libre y pleno entre oyentes y sordos. Porque, para el autor, el lenguaje de señas no es una mera traducción de las lenguas habladas, sino un idioma único y alternativo, tan complejo, tan rico y tan efectivo para el pensamiento y la transmisión de la cultura como las diferentes lenguas de los oyentes. Una obra hermosa y conmovedora, un viaje fascinante al corazón de una tierra muy extraña y una provocativa meditación sobre la comunicación, la biología y la cultura.
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Con su pasión y curiosidad habituales, Oliver Sacks se interna en el insondable silencio de los sordos profundos, de aquellos que han nacido sin uno de los sentidos básicos para el conocimiento, para la articulación del lenguaje y, por ende, del pensamiento.
Pero este viaje al país del silencio, como todos los que emprende Sacks, será una jornada llena de descubrimientos. Y el lector conocerá así la historia de los sordos, los estragos que han causado los «oralistas», los defensores del lenguaje oral frente al de señas, y sabrá de la existencia de una comunidad que existió durante más de dos siglos en Martha?s Vineyard, Massachusetts, y en la que había una forma de sordera hereditaria y todos aprendían a hablar por señas. Y así, los que podían oír eran «bilingües», y podían pensar y hablar de viva voz y también en el lenguaje de señas, y había un intercambio libre y pleno entre oyentes y sordos. Porque, para el autor, el lenguaje de señas no es una mera traducción de las lenguas habladas, sino un idioma único y alternativo, tan complejo, tan rico y tan efectivo para el pensamiento y la transmisión de la cultura como las diferentes lenguas de los oyentes. Una obra hermosa y conmovedora, un viaje fascinante al corazón de una tierra muy extraña y una provocativa meditación sobre la comunicación, la biología y la cultura.