DIOS NO ES UN ÍDOLO PERO TU DIOS SÍ
MARCOS, FRAY
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DIOS NO ES UN ÍDOLO PERO TU DIOS SÍ
MARCOS, FRAY
La idea de que el dios que manejamos constantemente es un ídolo trastoca nuestras seguridades. Nos sentimos tan a gusto con nuestro dios mental que no aceptamos que pueda ser una ilusión. Todos nuestros montajes religiosos se apoyan en ese dios pensado que nos hemos fabricado y en el que confiamos.
Hablaré de Dios a martillazos, un poco como Nietzsche; a pesar de ello, con muy poca esperanza de que los golpes traspasen el escudo antimisiles que hemos construido durante milenios para defender ideas que creemos vitales porque nos dan seguridad. Me conformo con que estas líneas sean capaces de levantar la liebre y que, por lo menos alguno, se atreva a repensar lo que hemos aceptado sin la más mínima crítica durante demasiado tiempo.
Acepto que al hablar de Dios me encuentro entre dos abismos. Sé que es casi imposible hablar de Dios hoy sin caer, de alguna manera, en el fundamentalismo que nos atenaza desde la Edad Media o en el rechazo frontal a un Dios trascendente, que está creciendo a pasos agigantados en las últimas décadas. De todas formas, me encuentro muy a gusto afrontando ese reto que me obligará a ser más cuidadoso para evitar los dos extremos.
La Biblia no se cansa de repetir que los ídolos son construcciones humanas y que por lo tanto no tienen ningún poder. Sería suficiente que descubriéramos que el Dios de la Biblia es también una creación humana para superar, de verdad, toda idolatría. Toda idea sobre Dios es necesariamente una creación humana y por lo tanto ídolo. Es ilusión pensar que los dioses de los demás son ídolos, pero el nuestro es auténticamente el único Dios.
Después de varios siglos del proceso, al parecer imparable, de la secularización más rabiosa, parece que ha vuelto con gran fuerza la preocupación por la trascendencia y lo religioso. Puede ser la señal de que aquella repulsa no era hacia lo divino en sí, sino hacia una manera de presentar la religión completamente arcaica y trasnochada. Esto debe hacernos pensar. ¿No habrá otra manera de hablar del Dios que nos trasciende sin hacer de Él un ídolo?